viernes, 2 de octubre de 2009

Terapia de Pareja... ¿volver a sumergirse en la ternura y la ilusión?

Terapia de Pareja... ¿volver a sumergirse en la ternura y la ilusión?

¿Qué es lo que lleva a dos personas a conocerse y a elegirse?
¿Cómo es que deciden establecer un vínculo de continuidad?
¿A partir de cuándo se muestran ante el mundo como una “pareja”?
¿Qué se entiende hoy por “pareja”?

El amor, fenómeno relacional altamente complejo, requiere la presencia imprescindible de otro, que confirme nuestra capacidad de dar y por lo tanto de tener, nuestro existir en la palabra y en la escucha, nuestro ser social. Por otro lado, incluye un intenso pacto ilusorio de completad y eternidad.
Pasado un tiempo, la pareja decide legalizar o concretar su relación a través del matrimonio o de la convivencia. Este paso implica un nuevo contrato, con la incorporación de otros que funcionan como testigos (Dios o las creencias que cada uno tenga, la sociedad, las familias de ambos), para garantizar los juramentos de eternidad, fidelidad y continuidad.
Podríamos hablar de una “evolutiva” de la pareja, explicándola, con fines meramente didácticos, a partir de diferentes etapas consecutivas y contiguas:
1)- Uno sale en busca de “un otro”. Esta búsqueda tiene por objeto confirmarnos a nosotros mismos.
Se busca afirmar y confirmar nuestra identidad sexual y social, desde la mirada del otro, que resalte los aspectos seductores de uno.
Estamos más centrados en nosotros que en nuestro partener.
2)- Aparece “el otro”. Un otro que nos completa, que llena todos nuestros espacios y nuestros vacíos. Parece que no nos hace falta mas nada.
Es la etapa del encuentro, del enamoramiento, que se sustenta y se sostiene, no por mucho tiempo, en algunos mitos y supuestos básicos:
- El tiempo se detiene, se congela. Las promesas duran para siempre (Fantasía de Eternidad).
- El otro me da y tiene lo que yo no tengo (Fantasía de Completud).
- El otro es de mi propiedad (Fantasía de Posesividad).

Es una etapa altamente idealizada y perfecta, donde los “enamorados” son uno, y se proscribe cualquier diferencia. Pero esta etapa, no puede sostenerse por mucho tiempo. Es allí cuando aparecen las diferencias, los aspectos que no se toleran o se rechazan del partener.
Es un momento clave para estos dos seres que se encuentran en una encrucijada: aceptar las diferencias, entendiendo que el otro no es uno y seguir adelante, o bien, disolver el vínculo.
Por supuesto, que entre estos dos extremos, existen grises:
- Vínculos que se sostienen porque un miembro de la pareja queda subrogado por el otro, y las diferencias se borran.
- Vínculos totalmente desligados y distantes, donde priman únicamente los espacios individuales (son una pareja ante el mundo exterior, la cual funciona a modo de fachada, pero cada uno tiene sus propios proyectos personales, y no hay proyectos compartidos).

3)- Acople: surge el concepto de “nosotros”. Cuando aparece el “nosotros”, surge el proyecto, en función de poder reconocer en el otro cosas propias, similitudes y objetivos en común: “los dos queremos un hijo”, “los dos apostamos a un futuro compartido”.
El “nos” reemplazaría al yo individual. Hablamos de una pluralidad de “yoes”, que se vinculan con la pluralidad de otros que representa mi pareja: compañero, amante, amigo, socio, etc.
4)- Etapa del reproche: pasada esta etapa del enamoramiento, el otro irá mostrando su realidad, una realidad que no podrá ocultar mucho más, y empezara a ver nuestro verdadero yo, que tampoco podremos esconder para siempre.
Entonces comienzan los conflictos. La disyuntiva que se plantea es si se puede amar al ser que se tiene en frente, aceptándolo desde su integridad, o si uno queda cristalizado y anclado en el vínculo con el hombre o la mujer ideal. Es decir, ¿puedo tolerar y aceptar las diferencias?
Cuando uno no puede ir mas allá de esta idealización, que en realidad es ficticia, cuando no se tolera que el otro puede ser diferente ni se lo puede aceptar en su totalidad, comienzan los reclamos, los reproches:
“…-él no es como cuando lo conocí, no se que paso pero algo cambió entre nosotros…”
“…-a veces me parece que vivo con una extraña, esta no es la persona de la que me enamoré…”
Estas son frases que escuchamos cotidianamente en el consultorio quienes trabajamos con parejas. Y tienen un denominador común: “Yo te necesito en un lugar en el que vos no estás”.
Cada miembro de la pareja proyecta en el otro sus propios aspectos negativos o rechazados por sí mismo. El otro sirve de reservorio de todo lo desagradable que cada uno no acepta de sí.
El otro ya no es más quien confirma nuestra identidad.
¿Qué sucede entonces ante esta carencia confirmatoria?
Se busca una respuesta en el afuera: terapeuta de parejas antes de dar por finalizada la relación.
La experiencia de vida en pareja, en la medida en que es una relación esencial para el sujeto en su identidad histórica, recorrida por palabras y actos únicos, hace que sus miembros prefieran la alternativa terapéutica que les promete un posible cambio, en lugar de definir la situación con una separación. Entonces se habla en sesión de no querer perder al otro, de no soportar un fracaso más; junto con otros factores importantes que hacen a lo cotidiano: bienes materiales, hijos.
¿Cómo llega entonces una pareja a consulta?
Lo hacen mediante tres vías:
a)- Consultan por problemas propios, de índole relacional; es decir, de ellos como pareja, dejando de lado cuestiones individuales.
b)- Consultan por un hijo sintomático. Las preguntas que como terapeutas, debemos hacernos, son en estos casos: ¿quién es el paciente? y ¿qué función cumple la sintomatología del chico?
Generalmente, el hijo cumple la función de “amortiguador”; el síntoma sostiene la homeostasis. Un ejemplo de este tipo de consultas, estaría dado por aquellos padres que no pueden sacar a su chiquito de “la cama grande”, y en realidad la conducta del niño encubre problemáticas a nivel sexual de la pareja; o niños con dificultades para acceder a la escolarización porque no pueden separarse de una mamá sobreprotectora, con quien han establecido un vínculo totalmente aglutinado, en donde no cabe lugar alguno para la inclusión de un tercero (el padre, o el marido, si hablamos de la pareja).
c)- Un miembro accede a terapia para solucionar el problema del otro.

La tarea del terapeuta será, básicamente, brindarle a la pareja consultante, las herramientas necesarias para que cada miembro pueda comenzar a tener registro de los deseos, necesidades y, fundamentalmente, de la presencia del otro.
La aceptación de que el otro existe es lo que permite el diálogo; entornes, la idea es pasar de los monólogos compartidos y paralelos, donde cada uno afirma y confirma sus propias certezas, a la creación de un espacio dialógico, enriquecedor y novedoso; aceptando y tolerando las diferencias, las diversidades de puntos de vista y la inexistencia de verdades acabadas.
El terapeuta co-construirá con la pareja un discurso inédito, conectando a sus miembros con la historia de esa pareja, pero desde un “otro lugar”; modificando aquellos discursos con los que las parejas cuentan su sufrimiento.
Finalizando, me gustaría concluir este artículo con un párrafo de Miguel Mihanovich, publicado en “Más allá de pactos y traiciones”, en el capítulo “¿Es posible la terapia de Pareja?”; Grama Ediciones, 2004. Buenos Aires.

“En esta época de reformas habría que proponer una innovación en la fórmula de las promesas matrimoniales. A los básicos compromisos de “Te seguiré en la salud y en la enfermedad, en la pobreza o en la abundancia” debiéramos agregar: “Pondré en entredicho el mundo de mis ideas, aceptando enriquecerlo con las ideas de mi cónyuge. Pondré en dudas el universo cerrado de mis certezas, heredadas de personajes importantes de mi familia de origen y consolidadas a través de mi historia, para contraponerlo con las certezas de mi pareja, reconociéndole igual origen y la misma cualidad restrictiva de toda creatividad innovadora, respetando aquellas diferencias que por el momento no pueda negociar y dejándole al tiempo la tarea de hacerme más sapiente. A la posibilidad de hacer todo esto, le daré el nombre de amor”.

viernes, 11 de septiembre de 2009

¿Todos necesitamos hacer terapia? Terapia con adultos y terapia con niños.

Quisiera comenzar este artículo haciéndome una pregunta básica:
¿Todos necesitamos hacer terapia?
¿Quiénes la necesitan?
Indudablemente, la respuesta es no. No todas las personas necesitan hacer terapia.
Quien consulta es alguien que padece de un dolor psíquico; que sufre, y siente que no cuenta con los recursos necesarios que le permitirían resolver una determinada situación; por eso busca ayuda en el afuera, a través de un saber profesional.
Quien consulta está padeciendo, y el padecer, desde el marco referencial desde el que trabajo, no es patología, no es enfermedad, sino que hablaríamos de “formas de vivir en el sufrimiento”. El sufrimiento puede ser interpretado como el resultado de la convivencia en la familia, en cualquier grupo humano, en la sociedad.
Y es quien sufre, quien debe decidir iniciar un tratamiento. Sin el deseo y la convicción del paciente, la construcción del espacio terapéutico se vuelve más que dificultosa.
Se nos presentan casos en los que esta demanda no está instalada, entonces la primer tarea del terapeuta, ardua en la mayoría de las veces, consiste en generar un “pedido de ayuda” allí donde no hay registro de que se la necesita; a través de diferentes técnicas y herramientas que apunten a la reflexión e introspección acerca del sí mismo. Esto se ve claramente en aquellos casos judicializados (divorcios destructivos, violencia conyugal y/o familiar, etc.), en casos de adicciones, enfermedades psicosomáticas, cuando el consultante viene a sesión porque “lo mandó el médico clínico”, etc.
Cuando nos referimos a un espacio terapéutico en el que el abordaje es con niños, el mismo reviste otras características. Los padres tendrán que decodificar el mensaje que envían los niños a través de sus síntomas; ya que es muy difícil que un niño pueda poner en palabras un pedido de ayuda.
Entonces nos encontramos con cambios repentinos de conducta, con comportamientos distintos a los cotidianos. Y la consecuente búsqueda de un saber profesional que oriente a esos padres, porque no pueden ayudarlo a su hijo a resolver esto que, resulta ante sus ojos, inentendible; lo cual se traduce en frases como:
“-…le había sacado los pañales, pero no sé qué pasa…hace un tiempo que volvió a hacerse pis encima…”
“-…lo dejo en el jardín y es un mar de lágrimas, no me puedo ir a mi casa, tiene que verme desde su salita…”
“-…no quiere dormir solo…”
“-…le pega a los compañeros, me trae notas de conducta todos los días…”
“-…la maestra se queja, se para todo el tiempo, deambula por el salón y no quiere hacer las tareas…”
Estas frases son más que frecuentes en el consultorio, y los niños, con sus síntomas, están denunciando algo que sucede en casa a nivel relacional, que evidentemente no pueden tolerar, ya que les genera un monto importante de angustia.
Ahora, ¿qué sucede cuando los niños, en función de la consecución del tratamiento, se corren del lugar del “chico problema”?
Generalmente, este corrimiento, saca a la luz otras conflictivas subyacentes, ante las cuales el síntoma del niño era funcional, ya que permitía mantener el sistema familiar en equilibrio. Cuando este síntoma comienza a desaparecer, se produce un desequilibrio en la estructura familiar; por lo que es muy común que los mismos padres que acudieron en un momento a un terapeuta, empiecen a boicotear el tratamiento.
Por supuesto, se entiende que no todos los padres actúan de la misma forma: algunos pueden empezar a revisar algunas cuestiones y poseen la flexibilidad necesaria como para permitir el ingreso de novedades discursivas; ya que nosotros, como terapeutas, venimos a cuestionar certezas hasta ahora indubitables. Por lo tanto, nuestra tarea será apelar al uso de herramientas, que nos permitan co-construir con el paciente nuevas formas de leer y entender la realidad, otorgándole al otro, cierto grado de libertad, para pensar por su cuenta.
Concluyendo, creo que lo más importante es tener en cuenta que los niños también sufren, y lo que denuncian a través de sus síntomas, no son cosas menores, sino que, en la mayoría de los casos, el síntoma les permite expresar lo que no pueden poner en palabras, porque de este modo, habría un nivel muy alto de angustia, imposible de tolerar.

Bibliografía consultada: "Familias gravemente perturbadas. Una clínica sin clausuras". María Rosa Glasserman y col. Lugar Editorial, 2008, Buenos Aires, Argentina.

Cómo contactarse conmigo.

A través de los siguientes medios:
(0223) 155658361
(0223) 4727543
ramundo_natalia@hotmail.com
naramundo@gmail.com

Sobre mí.


Mi nombre es Natalia Andrea Ramundo, tengo 31 años y soy Licenciada en Psicología, egresada de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Hice el posgrado en formación sistémico-relacional en FYP (Fundación Familias y Parejas, directora, Lic. María Rosa Glasserman, ciudad de Buenos Aires).
Tengo experiencia en el área de discapacidad. Al haberme desempeñado como Psicóloga en Centros de Día; vinculándome con el abordaje de patologías de diversa índole: TGD, autismo, síndrome de Down, retraso madurativo, discapacidades de tipo motriz, etc.
Actualmente, ejerzo mi profesión en el ámbito privado, trabajando en un centro de salud y en mi consultorio particular. Me dedico a la atención de niños, adolescentes y adultos, en el ámbito individual, parejas y familias.
Asimismo, realizo talleres de Orientación Vocacional, y talleres de reflexión para padres y docentes.